sábado, 6 de diciembre de 2008

Abiótico

“El lenguaje es una cuestión viva” -se dice-, y, –agrego yo- lo vivo no es jamás tecnológico. Dicen, en efecto, que el lenguaje está vivo, aunque con el cuidado de ni siquiera insinuar que sea un ser vivo. Y lo que pasa es que ‘vivo’ se emplea de un modo absolutamente metafórico acá. Lo que se quiere decir es que el lenguaje es dinámico, que cambia en el tiempo. Esto es verdad hasta cierto punto. A lo que asistimos los estudiosos de las palabras y los ancianos cuando vemos al lenguaje moverse, es a cambios de pronunciación, que más que tener que ver con el lenguaje, tienen que ver con la forma de vivir de los hablantes. –Pero un cambio en el que un idioma se transforma en otro no es un asunto de pronunciación. Ciertamente. Pero el cambio propiamente tal somos incapaces de distinguirlo aconteciendo. Y esto no tiene que ver con que sea un cambio demasiado lento, sino con que en realidad tal cambio es, digamos, accidental. Nada en el lenguaje nos da cuenta de una necesidad de renovación y mutación (análogamente, la historicidad misma es absolutamente contingente en el hombre.).

“Se mantiene la gramática, pero lo de afuera cambia.” Esto es muy injusto, ya que se refiere al lenguaje como si al hablar pasaran cosas visibles e invisibles. Sin entrar en la contienda entre conductistas y psicologistas, hay que decir que cuando uno habla, hace una sola cosa: hablar. El descubrimiento de la gramática es subsidiario del hecho de que cuando un quechuaparlante y un árabe hablan, ambos hacen una y la misma cosa: hablar. A la gramática se la suele entender como el lenguaje universal del lenguaje; como aquello que todos estos tienen en común. Pues hay que decir, sin que se sobreinterprete, que los distintos idiomas son mucho más parecidos que diferentes.

La creencia de que las cosas son dobles no tiene asidero científico; decir que el lenguaje tiene una parte que está viva y cambia y otra que está muerta es peor que una contradicción: es no decir nada. El lenguaje tiene lugar en el aparato bucal o en la mano del escritor, y eso es lo más cerca que va a estar alguna vez de la vida.

Queda así demostrado que el lenguaje es susceptible de tecnologización; o, al menos, que el hecho de que sea un ser vivo no lo impide.

Introducción

Este blog que ahora creo será algo así como el diario de un pensamiento. En sus entregas podrán enterarse de los resultados de reflexiones mías que no pretenden hacer frente o profundizar en ninguna tradición. Es obvio que he estado leyendo mucho a Wittgenstein últimamente. Espero que su influencia no vaya más allá de el coraje que de él aprendí como para ponerme a pensar "a poto pelado", que es lo que aquí quiero hacer.

¿Por qué una tecnologización de la palabra? Esta pregunta es totalmente injusta, y hasta espuria. Mi intención es solamente pensar en algo, y no salvar al mundo; del mismo modo que Einstein no quería matar a miles de japoneses con sus investigaciones. De todas maneras, para que el lector no se sienta embaucado, se irá aclarando conforme avance el blog por qué no debemos hacer esa pregunta.

Responderé, eso sí, qué quiere decir una tecnologización de la palabra, y cuáles objetivos deberán ser cumplidos por ella; cómo se lleva a cabo este proceso. Las ventajas y desventajas que reporte la tecnologización de la palabra serán accidentales y meramente producto de consideraciones éticas de los hablantes, que quedan por mucho fuera del campo de la reflexión en torno al habla misma.

Aprovecho de aclarar de entrada que la tecnologización de la palabra no es idéntica a lenguajes para programar computadores o resolver ecuaciones, y, menos aún, a modismos para chatear; aunque puede ser el caso que se den ejemplos de avances tecnológicos del lenguaje en esos ámbitos. Más o menos en ese sentido, lo que logró, por ejemplo, el Círculo de Viena, no es más que una tecnologización de la ciencia en su faceta de discurso. Dicha faceta, argumentaban, es todo lo que la ciencia puede aspirar llegar a ser. Es por esto, creo yo, que se les llama positivistas. De este modo, tecnologizando la ciencia, que era discurso, se creía haber tecnologizado el discurso, la palabra. Lamentablemente, quedaba por probar todavía que la ciencia era un discurso, un conjunto de enunciados; y no lo era: claramente, mirar por un microscopio no es un parte de un discurso. Incluso tampoco es claro, por su parte, que el discurso sea ciencia.

El pensamiento puede entonces escurrir por esta nueva vertiente, pues aún hay trabajo por delante. Espero -y me perdonan la poca elegancia de expresarlo- que le interese a alguien el asunto y que se cree debate, que es lo único que podría legitimar o desmentir lo que diré.

M.S.